Una carta desde Bogotá durante el primer viaje por Latinoamérica
Aquí transcribimos una carta enviada por Ernesto a su madre, desde la capital colombiana Bogotá, fechada el 6 de julio de 1952, durante el primer viaje que realiza por Latinoamérica junto a Alberto Granado.
Carta a la madre desde Bogotá (6 de julio de 1952)
6 de julio de 1952
Querida vieja:
Aquí estoy, unos cuantos kilómetros más lejos y algún peso más pobre, preparándome a seguir viaje rumbo a Venezuela. Primero que todo tengo que mandarte el que los cumplas muy feliz de rigor que lo hayas pasado siempre dentro del tiempo medio de la familia en cuestión felicitaciones, luego, seré ordenado te contaré escuetamente mis grandes aventuras desde que salí de Iquitos: la salida se produjo más o menos dentro del termino establecido por mí, anduvimos dos noches con la cariñosa compañía de los mosquitos y llegamos a la madrugada a la leprosería de San Pablo, donde nos dieron alojamiento. El médico director, un gran tipo, simpático enseguida con nosotros y en general simpatizábamos con toda la colonia, salvo las monjas que preguntaban por qué no íbamos a misa, resulta que las administradoras eran las tales monjas y al que no iba a misa le cortan la ración todo lo posible (nosotros quedamos sin..., pero los muchachos nos ayudaron y nos conseguían algo todos los días). Fuera de esta pequeña guerra fría la vida transcurría sumamente placentera. El 14 me organizaron una fiesta con mucho pisco, una especie de ginebra que se trepa de lo lindo. El médico director brindó por nosotros y yo, que me había inspirado por el trago, contesté con un discurso muy panamericano que mereció grandes aplausos del calificado y un poco picado público asistente. Nos demoramos algo más del tiempo calculado pero por fin arrancamos para Colombia. La noche previa un grupo de enfermos se trasladó desde la parte enferma a la sana en una canoa grande, y que es la vía practicable y en el muelle nos dieron una serenata de despedida y dijeron algunos discursos muy emocionantes. Alberto, que ya pinta como sucesor de Perón, se mandó un discurso demagógico en forma tan eficaz, que convulsionó a los homenajeantes. En realidad fue este uno de los espectáculos más interesantes que vimos hasta ahora: un acordeonista no tenía dedos en la mano derecha y los reemplazaba por unos palitos que se ataba a la muñeca, el cantor era ciego y casi todos con figuras monstruosas provocadas por la forma nerviosa de la enfermedad, muy común en las zonas, a lo que se agregaba las luces de los faroles y linternas sobre el río. Un espectáculo de película truculenta. El lugar es precioso todo rodeado de selvas con tribus aborígenes a apenas una legua de camino, las que por supuesto visitamos, con abundante pesca y caza para morfar* en cualquier punto y con una riqueza potencial incalculable, lo que provocó en nosotros todo un lindísimo sueño de atravesar la meseta del Matto Grosso par aguas partiendo del río Paraguay para llegar al Amazonas haciendo Medicina y todo lo demás; sueño que es como el de la casa propia... puede ser... el hecho es que nos sentíamos un poco más exploradores y nos largamos río abajo en una balsa que nos construyeron especialmente de lujo; el primer día fue muy bueno pero a la noche, en vez de hacer guardia nos pusimos a dormir los dos cómodamente amparados por un mosquitero que nos habían regalado, y amanecimos varados en la orilla.
Comimos como tiburones. Pasó felizmente todo el otro día y decidimos hacer guardia de una hora cada uno para evitar inconvenientes ya que al atardecer la corriente nos llevó contra la orilla y unas ramas medio hundidas casi nos descuajan la balsa. Durante una de mis guardias me anoté un punto en contra ya que un pollo que llevábamos para el morfi cayó al agua y se lo llevó la corriente y yo, que antes en San Pablo había atravesado el río, me achiqué en gran forma para ir a buscarlo, mitad por los caimanes que se dejaban ver de vez en cuando y mitad porque nunca he podido vencer del todo el miedo que me da el agua de noche. Seguro que si estabas vos le sacabas y Ana María creo que también ya que no tienen esos complejos nochísticos que me dan a mí. En uno de los anzuelos había un pez enorme que costó un triunfo sacar. Seguimos haciendo guardia hasta la mañana en que atracamos a la orilla para poder meternos los dos debajo del mosquitero, ya que los carapanás abundan un poquitillo. Después de dormir bien, Alberto, que prefiere la gallina al pescado, se encontró con que los dos anzuelos habían desaparecido durante la noche, lo que agravó su bronca y como había una casa cerca decidimos ir a averiguar cuanto faltaba para Leticia. Cuando el dueño de casa nos contestó en legítimo portugués que Leticia estaba siete horas arriba y que eso era Brasil, nos trenzamos en una agria discusión para demostrar uno al otro que el que se había dormido en la guardia era el contendiente. No surgió la luz. Regalamos el pescado y un ananá como de cuatro kilos que nos habían regalado los enfermos y nos quedamos en la casa para esperar el día siguiente en que nos llevarían río arriba. El viaje de vuelta fue muy movido también, pero algo cansador porque tuvimos que remar siete horas bien contadas y no estábamos acostumbrados a tanto. En Leticia en principio nos trataron bien, nos alojaron en la policía con casa y comida, etc., pero en cuanto a cuestiones de pasaje no pudimos obtener nada más que un 50% de rebaja por lo que hubo que desembolsar ciento treinta pesos colombianos más quince por exceso de equipaje, en total mil quinientos de los nuestros. Lo que salvó la situación fue que nos contrataron como entrenadores de un equipo de fútbol mientras esperábamos avión que es quincenal. Al principio pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado más débil llegó al campeonato relámpago organizado, fue finalista y perdió el desempate con penales. Alberto estaba inspirado con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de Pedernerita, precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia. Toda la fiesta hubiera sido muy grata si no se les ocurre tocar el himno colombiano al final y me agacho para limpiarme un poco de sangre de la rodilla mientras lo ejecutaban, lo que provocó la reacción violentísima del comisario (coronel) que me atacó de palabra y le mandaba mi rociada flor cuando me acordé del viaje y otras yerbas y agache el copete. Después de un lindo viaje en avión en que se movió como coctelera llegamos a Bogotá. En el camino Alberto les hablaba a todos los pasajeros de lo terrible que había sido el cruce del Atlántico para nosotros, cuando fuimos a una reunión internacional de leprólogos en París y de que estuvimos a punto de caer en el Atlántico cuando le fallaron tres de los cuatro motores. Acabó con un: “digo que estos Douglas...” tan convincente que temí seriamente por mi vida.
En general estamos por completar la segunda vuelta al mundo. El primer día en Bogotá fue regularcito, conseguimos la comida en la Ciudad Universitaria pero no alojamiento, porque esto esta lleno de estudiantes becados para seguir una serie de cursos que organiza la ONU. Por supuesto, ningún argentino. Recién a la una de la mañana nos dieron alojamiento en un hospital, entendiéndose por tal una silla donde pasamos la noche. No es que estemos tan tirados como eso, pero un raidista de la talla nuestra antes muere que pagar la burguesa comodidad de una casa de pensión. Después nos tomó por su cuenta el servicio de lepra que el primer día nos había olfateado cuidadosamente a causa de la carta de presentación que traíamos del Perú, la que era muy encomiástica pero la firmaba el doctor Pesce que juega en el mismo puesto que Lusteau. Alberto puso varios plenos y apenas respiraban los tipos los agarré yo con mi alergia y los dejé turulatos, resultado: ofrecimiento de contrato para los dos. Yo no pensaba aceptar de ninguna manera pero Alberto sí, por razones obvias, cuando por culpa del cuchillito de Roberto que yo saqué en la calle para hacer un dibujo en el suelo tuvimos tal lío con la policía que nos trató en una forma vejante, que hemos decidido salir cuanto antes para Venezuela de modo que cuando reciban esta carta estaré por salir ya. Si quieren tirarse el lance escriban a Cúcuta, departamento de Santander del Norte, Colombia o muy rápido a Bogotá. Mañana veré a Millonarios y Real Madrid desde la más popular de las tribunas, ya que los compatriotas son más difíciles de roer que ministros. Este país es el que tiene más suprimidas las garantías individuales de todos los que hemos recorrido, la policía patrulla las calles con fusil al hombro y exigen a cada rata el pasaporte, que no falta quien lo lea al revés, es un clima tenso que hace adivinar una revuelta dentro de poco tiempo. Los llanos están en franca revuelta y el ejército es impotente para reprimirla, los conservadores pelean entre ellos; no se ponen de acuerdo y el recuerdo del 9 de abril de 1948 pesa como plomo en todos los ánimos; resumiendo, un clima asfixiante, si los colombianos quieren aguantarlo allá ellos, nosotros nos rajamos cuanto antes. Parece que Alberto tiene bastantes posibilidades de conseguir un puesto en Caracas. Es de esperar que alguno escriba dos letras para contar cómo andan no tengan que saber todo por intermedio de Beatriz (a ella no le contesto porque estamos a régimen una carta por ciudad, por eso va la tarjetita para Alfredito Gabela adentro). Un abrazo de tu hijo que te añora por los codos, talones y fundillos. Que se anime el viejo y se raje a Venezuela, la vida es más cara que acá pero de paga mucho más y para un tipo ahorrador (!!) como el viejo, eso conviene. A propósito, si después de vivir un tiempo por aquí sigues enamorado del Tío Sam... pero no divaguemos. Papi es muy intelijudo (con semisorna).
Chau