2010-10-25

Nunca imagine que Ernesto se iba a convertir en el Che Guevara

[Nota publicada en La Mañana de Neuquén] Calica Ferrer fue amigo y compañero de viaje del líder revolucionario. En diálogo con La Mañana, contó anécdotas y describió la faceta más humana del médico rosarino. "Ernesto era doctor e hizo un diagnóstico de América Latina. Recién encontró el antídoto cuando lo conoció a Fidel", afirmó

Por ROBERTO AGUIRRE

Carlos “Calica” Ferrer no lo llama "el Che", sino Ernesto, Ernestito o “el pelado”. Lo conoció a los tres años y lo acompañó en su segundo viaje por Latinoamérica, aquel que arrancara en 1953 en Buenos Aires y que terminaría en las costas de Cuba, en la antesala de una revolución que se convirtió en un faro de la resistencia en todo el continente. “Rescato su memoria para seguir de algún modo su lucha”, dice Calica. De visita en Neuquén para asistir una muestra fotográfica del museo La Pastera, Ferrer conversó con La Mañana y contó varias anécdotas de los caminos de Ernesto, aquellos que paulatinamente lo fueron convirtiendo en el Che.

¿Cómo conoció a Ernesto Guevara?

Ernesto tenía cuatro años y yo tres. Él llegó a Alta Gracia, Córdoba, junto a sus padres. Como era asmático le recomendaron que fuera por el clima. Mi padre fue el primer médico que atendió a ese chico enfermo que era Ernestito, más tarde "el Che". En esa época nació la amistad entre la familia Guevara y la familia Ferrer. Recuerdo las fiestas infantiles, los cumpleaños, donde comenzó la relación. Con él pasé por todas las experiencias: ser amigos y estar peleados, esas cosas que pasan entre los chicos.

Usted menciona en su libro "De Ernesto al Che" la influencia que tuvo la Guerra Civil española en esa época…

Nuestras familias fueron muy solidarias con toda la gente que venía de España, escapada del triunfo nazifascista de Franco. Toda esa gente tuvo lo que pudimos darle. Esa guerra Ernestito la seguía con un mapita que tenía en su casa, a través de lo que leía en los diarios.

Era 1936 y tenía siete años. La adolescencia la vivió en pleno peronismo…

Nosotros éramos antiperonistas de base. La universidad estuvo en contra de Perón, todas las federaciones eran antiperonistas. Fue un momento muy especial. Sin embargo, hay una frase de Perón cuando Ernesto murió que dice “se murió el mejor de los nuestros”, y dice también que todos cometimos errores, hablando un poco del antiperonismo de Ernesto cuando salió de Buenos Aires.

En 1953 arranca su viaje por Latinoamérica. En su libro usted comenta que la intención era llegar a Venezuela para “capitalizarse” y luego embarcarse a París, un objetivo un tanto burgués…

Nosotros no emprendimos el viaje para libertar América. Cuando nos fuimos de acá no teníamos ni idea de lo que estaba pasando en América. No sabíamos del movimiento que encabezaba Fidel Castro para liberar Cuba. Nosotros salimos con la idea de ir a Venezuela, que en ese momento era un paraíso económico pero para poca gente. Había varias ideas: una era irnos a París con “el petiso” Granado, que ya había viajado con él en motocicleta en el `52. Otra era comprarnos un barquito y navegar por el río Orinoco, pasando por las tribus indígenas.

¿Cómo arrancó el viaje?

Me acuerdo como si fuera hoy. El 7 de julio de 1953, en Retiro. Ahí me acuerdo que Celia, la madre del Che, me llamó aparte y me dijo “Calica, cuidámelo mucho a Ernestito”. Yo cada vez que en el camino teníamos algún percance o yo consideraba que Ernesto había metido la pata, yo le decía “tené cuidado, carajo, que tu madre me recomendó que te cuide”.

El primer paso fue Bolivia.

Sí. Nos encontramos con la revolución del MNR encabezada por Víctor Paz Estenssoro: disolución de las minas, reforma agraria y disolución del Ejército. Los mineros estaban al mando.

¿Había ya un interés de Guevara por la política?

Sí. Yo siempre digo que Ernesto era médico e hizo el diagnóstico cuando empezó a viajar en bicicleta, en barco, cuando viajó con Granado y conmigo. Pero claro, él no encontraba el medicamento, que recién lo va a conseguir cuando conozca a Fidel Castro.

A esa altura ya había leído a Mariátegui, a Haya de la Torre, al propio Marx. Tenía herramientas como para hacer un diagnóstico…

Estaba interesado en ese tipo de lecturas que a mí no me interesaba. Pero él ya estaba leyendo escritores revolucionarios. De todas maneras, completó su formación marxista cuando conoció a la que fue su primera mujer, que es Hilda Gadea, que era del APRA.

Fuera de lo político, el recorrido por Bolivia tiene muchas historias. Usted cuenta una sobre una tormenta en el lago Titicaca…

Fuimos a conocer la Isla del Sol, donde estaba el templo incaico. Ernesto se había estudiado todo sobre la cultura de los incas antes de salir, sin decir nada porque se iba a la biblioteca solo. Cuando emprendimos la vuelta, nos subimos a un botecito y cuando empezamos a ver la costa nos agarró una tormenta terrible. Yo sentí que no contaba el cuento. El capitán y dueño del barco rezaba a la pachamama, a la virgen, a todo lo que podía. Pero a Ernesto no se le movió un solo pelo y empezó a remar. Ahí vimos una luz y retornamos a otra parte de la Isla del Sol. Teníamos las manos ensangrentadas de tanto remar.

La anécdota colabora en mostrarlo como una persona de gran coraje...

Sí. Era corajudo pero tenía mucha templanza. Él era tranquilo, sabía cómo hacer la cosas.

¿En qué momento del viaje la pasaron peor?

¿Peor en referencia a qué? Pasamos hambre, frío y calor. Viajábamos en un engendro de camión al que le habían corrido la carga y en ese pedacito tenía unos bancos para sentarse. Viajábamos con indígenas. Cuando el camión iba por la parte baja hacia mucho calor. Después empezaba subir y a la hora y pico estábamos en un páramo a 3 mil metros con un frío terrible. Teníamos que tomarnos un pisco para pasar el frío. Me acuerdo que cuando íbamos en los camiones a mí me daba la sensación de que una rueda estaba en el aire, en un precipicio que no tenía fin. Y del otro lado, en la ladera, veía las cruces de todos los que se habían caído. El tipo que manejaba tanteaba el freno en las bajadas. De repente llegabas a un lugar y la carretera había desaparecido por un alud y teníamos que esperar una hora. Ahí viene un cuento del gordo Rojo –también compañero de viaje del Che- que dice que “para ser amigo del Ernesto había que tener ciertas condiciones: resistencia para pasar hambre, templanza para pasar calor, pero sobre todo paciencia”.

¿Hubo algún momento del viaje que Guevara le haya demostrado que era una persona distinta?

Era distinto; eso lo sabía antes del viaje. Nunca imaginé que Ernesto se iba a convertir en el Che. Eso fue una acumulación de circunstancias especiales. Cuando llegó a donde llegó siempre pensé que no lo hizo por casualidad, sino por inteligencia, por idealismo, por resistencia física.

¿Cómo fue el final del viaje?

No tuvo un momento de despedida especial. Yo me iba a Quito, a jugar al fútbol para ganar unos mangos. Ernesto me dijo “yo te sigo pero me quedo unos días más”. Yo llegué a Quito en un viaje muy divertido que tardó cinco días entre la selva, fui al consulado y me encontré con un telegrama de Ernesto que decía: “Esperame, que sigo con vos”. Como dice Pacho O´Donnel, durante dos días dejó de existir el Che. Es cierto, si él hubiera venido conmigo no hubiese existido el Che. Sin embargo, al otro día recibí otro telegrama: “Llego barco bananero, me embarco a Panamá”. Y yo pensé, “qué hago solo acá”, y me fui a lo de Granado en Venezuela. Cuando llegué, en vez de decirme “hola Calica”, lo primero que me preguntó fue: “¿Y el pelado?”. Andá a saber dónde estaba en ese momento.

¿Cómo se enteraron que se embarcó a Cuba?

Yo me entero que se embarca en el Granma cuando un día viene Granado con el diario El Nacional de Venezuela y me muestra una foto en la primera página. El epígrafe decía: “Cubanos encabezados por Fidel Castro –que ya era conocido por el asalto al Cuartel Moncada- se preparan para invadir Cuba. Entre ellos hay un médico argentino que se llama Ernesto Guevara de la Serna”.

¿Qué pensó en ese momento?

Dije: “¡Este desgraciado de mierda qué hace acá!”. Con Granado comentábamos y no creíamos cómo se metió en eso. Hay que pensar las distancias en esa época en la que era difícil comunicarse.

¿Cómo se enteró de su asesinato en La Higuera?

Cuando vi la foto no creía que era él. Pero después la vio Granado y dijo que era Ernesto. Terminé por aceptar la cosa cuando Fidel Castro lo confirmó.